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Mi amigo Jack Bigio, por Mario Castillo Freyre

Mi amigo Jack Bigio, por Mario Castillo Freyre

Por Mario Castillo Freyre

miércoles 31 de mayo 2023

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Jack Bigio no fue mi profesor en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú. El semestre que llevé Contratos Típicos, él no dictó. Lo conocí de la manera más curiosa.

Ocurre que, en el primer semestre de 1989, cuando ya había terminado la carrera y estaba a pocos meses de sustentar la tesis que había elaborado para optar el grado académico de bachiller en Derecho, un amigo mío, que era su alumno, me llamó por teléfono y me dijo: “El doctor Bigio quiere que dictes la próxima clase de su curso”.

Lo que ocurre es que, al anunciar Bigio a sus alumnos que la siguiente clase trataría acerca de la venta de bien ajeno, ese amigo le dijo que conocía a un amigo suyo que estaba terminando su tesis sobre el tema. Entonces, me cuentan, Jaco le dijo, de inmediato, que me pasara la voz para dictar la próxima clase. Así, le dijo, ensayaría para mi grado, no sólo con la exposición, sino con las preguntas de los alumnos.

Acepté de inmediato. Me pareció una excelente oportunidad para contrastar mi investigación con el profesor principal de la materia y sus estudiantes. Si bien mi tesis se titulaba Los contratos sobre bienes ajenos, en realidad trataba principalmente sobre la venta de bien ajeno, materia de esa próxima clase.

Llegué temprano esa mañana y Jaco me recibió con una amplia sonrisa, con la que siempre saludaba a todas las personas, la misma que traslucía lo buena persona que era.

Me dijo que “la clase era mía” y que expusiera una hora y el resto lo dejara para las preguntas de los alumnos.

Para mí fue una experiencia excelente, pues no sólo ensayé la exposición de mi futuro grado, sino que, además, descubrí que me gustaba dictar. Esa fue la primera vez que me paré frente a un salón de clases como profesor entre comillas. Me fascinó hacerlo. Ese día supe que quería ser profesor de Derecho Civil.

A partir de ese momento nos hicimos amigos. Él me invitó a conocer su Estudio, siempre en la calle Trinidad Morán 1178 (lo escribo de memoria) en Lince, muy cerca de la que era entonces mi casa y luego Estudio por muchos años, en la cuadra veintitrés de la Avenida Arequipa.

Allí me presentó a sus socios, dentro de quienes se encontraban otros profesores de la Facultad, entre ellos el doctor César Fernández Arce, expresidente de la Corte Suprema de Justicia de la República y quien luego fuera mi profesor de Derecho de Sucesiones. También conocí a una chica muy linda y joven que era su asistente, Sofía Ode Pereyra, quien representó una razón más para que visitara a Jaco con frecuencia. Asimismo, trabé muy buena amistad con Matty, su encantadora secretaria por treinta y nueve años.

Luego Jaco integró mi jurado ante el que sustenté la tesis de bachillerato, el mismo que también estuvo integrado por mi asesor, el profesor Carlos Cárdenas Quirós y presidido por el maestro de todos nosotros, el profesor Manuel de la Puente y Lavalle. Nunca olvidaré el gesto que tuvo Jaco para conmigo al obsequiarme, antes de ingresar al salón donde se realizó el grado, un ejemplar de la Edición Oficial del Código Civil de 1984 dedicado de puño y letra. Una pena que no lo conserve. Algún duende lo sustrajo de mi Estudio hace algunos años.

Incluso, en 1990, cuando la Presidenta de la Comisión Organizadora de la Facultad de Derecho de la Universidad Femenina del Sagrado Corazón (UNIFÉ), doctora Gabriela Araníbar Fernández Dávila, me convocó para ser asistente de cátedra del curso de Derecho de Obligaciones para la primera promoción de alumnas, el profesor titular escogido fue Jaco.

Esta buena relación que tuve con él se mantuvo incólume por el resto de su vida.

Varias veces nos visitamos, y almorzamos en nuestro restaurante favorito, San Ceferino, de cuyo dueño, el famoso don Luigi Ascoli, él era viejo amigo. Él fue quien me lo presentó.

Siempre en el ámbito personal, diré que compartí con Jaco algunos tribunales arbitrales, y nunca disentimos en lo que teníamos que resolver.

Él también presidió el Consejo Superior de Arbitraje de la Cámara de Comercio de Lima.

La memoria de Jack Bigio Chrem merece todos los honores por parte del medio jurídico nacional.

Él fue un jurista de gran perspicacia e inteligencia, en prolongado e ininterrumpido ejercicio de la profesión y con muy lúcida presencia en la cátedra universitaria durante muchos años.

Además, integró la Comisión Revisora del Código Civil, dando lugar al cuerpo normativo que nos rige desde 1984. Pero fue el motor de dicha Comisión, haciendo el enorme esfuerzo de elaborar exposiciones de motivos de una serie de temas importantes, que eran publicadas periódicamente en el diario oficial “El Peruano” y que, años más tarde, fueron compiladas en un libro, de pasta roja, publicado por Cultural Cuzco, que conservo en mi Estudio, dedicado por él y que me ha sido de gran utilidad en el ejercicio de la profesión y en mis investigaciones académicas.

En términos generales, su relación con quienes integraron la Comisión Reformadora del Código Civil, no era buena. Ello se percibía a lo lejos. Entiendo que el desencuentro provino, precisamente, del natural celo recíproco por las exposiciones de motivos que él preparaba para la Comisión Revisora del citado cuerpo de leyes; en tanto que la Comisión Reformadora había publicado la propia en 1985.

Podría escribir mucho más sobre Jack Bigio Chrem, pero ello escaparía a las pretensiones de un breve artículo que lo recuerde con el cariño y el profundo respeto personal, intelectual y profesional que tengo sobre alguien que fue mi amigo durante cuarto de siglo y siempre me brindó sus conocimientos y sus buenos consejos.

Lima, mayo del 2023

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