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Roma es la plebe: Sobre la institución constitucional

Roma es la plebe: Sobre la institución constitucional

A propósito de la propuesta de adelanto de elecciones, el autor se pregunta si hay que atender los pedidos de la plebe, como sucedía siglos atrás en la antigua Roma. «¿Es esa nuestra institucionalidad? Pues no», responde.  Refiere, además, que la institucionalidad republicana es la del respeto absoluto a la Constitución y sus valores, sin excepciones, sin disposiciones transitorias retroactivas y con nombre propio.

Por Martín Mejorada

miércoles 18 de septiembre 2019

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Se dice que el corazón de Roma latía en la arena del Coliseo y no en el mármol del Senado. La plebe forjaba la espada de emperadores, cónsules y patricios. No eran electores democráticos pero el gobierno requería su comparsa, por ello en ocasiones las disputas entre el César y la asamblea se resolvían a favor de quien mejor contentara a la multitud. En ese marco, la fiesta del Coliseo era una fórmula eficaz para lograr el ansiado cariño de la masa. Pan, animales exóticos y sangre para el relajo, era la institucionalidad del antiguo imperio. Un sistema basado en la condescendencia y capacidad para adaptarse a la siempre voluble muchedumbre. “Roma es la plebe y hay que darle lo que pide”, se escuchaba a menudo en el Palatino.

Siglos después se oye nuevamente: ¡el poder emana del pueblo! Ahora el bullicio se entretiene con un nuevo circo: exhibición de “hermanitos”, codinomes, diputados motosos, fogosos, o sin rose para algunos gustos refinados, entenados de un gobierno amado y odiado, huérfanos de Demóstenes. Todos –dicen los pulcros–intrigantes, vengativos y decididos a destruir al gobierno. El moderno coliseo se hace ver en HD a nivel nacional, en arenas de celuloide, espacio radioeléctrico, algo de papel y pantallas de celulares. Ya no es un espectáculo de acción sino verdadero drama, pero, por ahora, entretiene y excita los pulgares de la multitud (pollice verso). No hay para el pan, pero si hambre de revocatoria.  No se sabe quién dirige, pero es un circo que sin duda construye voluntad popular. ¡Que se vayan todos! Grita la marcha.

Y bien, ¿hay que atender los pedidos de la plebe, como en Roma? ¿Es esa nuestra institucionalidad? Pues no.  Me resisto a creer que 2,000 años después se enfrenten los vaivenes de la vida política con herramientas de un régimen que terminó en división y extinción (menos sin siquiera haber dejado grandes monumentos y buen vino). La institucionalidad republicana es la del respeto absoluto a la Constitución y sus valores, sin excepciones, sin disposiciones transitorias retroactivas y con nombre propio.

Los altos funcionarios y jefes militares juran defender la Carta Magna, no los pulgares extendidos del pueblo. Ella es la síntesis material y civilizada de la plebe. La Constitución es la plebe. En su observancia absoluta está la garantía de la paz y la unidad. La sociedad, al optar por la Republica, decidió que fuera así, que el único camino para la enmienda lo señale el código máximo. Es una camisa de fuerza sí, pero confeccionada por el pueblo para evitar lastimarse a si mismo cuando el espíritu del Coliseo hace de las suyas. Como en Roma, el Perú es la plebe, pero no la que posa para censores rentados y “progresistas”, sino la que aprobó la norma fundamental hace más de 25 años.

Es indudable que la sociedad demanda ciertos cambios en aspectos medulares de la vida económica y política, no menos que atención actual en seguridad, salud, educación y justicia, pero todo eso tiene una ruta ordenada y predecible en la Constitución. Dejemos de ser parte del populacho y seamos verdaderos ciudadanos, de lo contrario, aun con pasajes mas baratos y libres de salvoconducto, cada día estaremos más lejos del primer mundo. 

 


[*] Socio fundador del Estudio Mejorada Abogados. Profesor de Derecho Civil.

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